
María
María, anídate, en ese el bohío de la luna fría
que es tu trono mi ofrenda, tunanta hermosa
de mi pasión, por el cendal del clamor
el corazón se acompasa al voraz ocaso erguido,
al mohín perseguido por la cordura de un beso,
que nos convenciera de reclamarnos
los cuerpos advenidos.
Canto de jilgueros, sublimes luceros arcanos
que admiran tu silueta desde el cielo,
ya que la boca gastamos con el roce somero
somos asiduos pioneros de un candil dormido,
de un ruiseñor furtivo.
María, la razón atestigua en donde la caricia florece,
¡Ah! Disturbio tan glorioso el afanado
el latido más compenetrado, el refugio más ofrecido…
Yo te amo entre rosales y caracolas, entre limbos
y gardenias, yo tanto te amo, María.
María, quédate en mis brazos que son lechos inocentes
en esta penumbra de romanticismo, dame de tu ser sereno
que es pleno el gozo de sentirte, de descubrirte los labios
tunanta hermosa de mi pasión.